De la Lucha al Éxito
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En uno de los Evangelios de este mes, los fariseos ponen a prueba a Jesús sobre la ley judía y le preguntan, “¿Es lícito al marido divorciarse de su mujer?” Jesús decidió no responderles de inmediato, sino que les preguntó qué pensaban.
Llénanos de tu amor, oh Señor
Los fariseos respondieron que la ley de Moisés, la ley dada al pueblo por Dios, permitía el divorcio. Jesús les dio una respuesta interesante. Les dijo que esta ley había sido dada “por la dureza de vuestro corazón.”
Desde el principio, dijo, cuando Dios creó al hombre y a la mujer—Adán y Eva—estaban destinados a estar unidos como inseparables, como “una sola carne.” Dios siempre quiso que el matrimonio fuera un pacto para toda la vida. La única razón por la que Moisés permitió el divorcio fue debido a la pecaminosidad humana, no porque fuera parte del plan original de Dios.
Jesús no tuvo miedo de desafiar la sabiduría de los fariseos, los miembros de la sinagoga judía. Ellos trataron de socavar su autoridad poniendo a prueba su conocimiento de la ley y de lo que el Señor quería que Moisés hiciera cuando la recibió. Pero Jesús comprendió algo que ellos no comprendían: el plan original de Dios a menudo se ha visto interrumpido por la pecaminosidad humana.
Lo que resulta particularmente interesante es que en este mismo pasaje del Evangelio, la gente llevaba a sus niños a Jesús y los discípulos los rechazaban. Pero Jesús insistió en que se permitiera a los niños acercarse a Él. Jesús, como muchos de nosotros, ama claramente a los niños, pero para Él, estos jóvenes representaban algo más—la cualidad de estar abiertos a la buena noticia de Jesús.
Estos niños aún no han conocido las duras realidades del mundo. Solo conocen el amor. Son inocentes y bondadosos y traen consigo esa visión del mundo.
…Para Él, estos jóvenes representaban algo más—la cualidad de estar abiertos a la buena noticia de Jesús.
Al tomar a estos niños en sus brazos, Jesús muestra la importancia de la fidelidad a su enseñanza. Dice, “De quienes son como ellos es el reino de Dios.” Él sabe que los niños son humanos y, por lo tanto, se verán tentados a pecar, pero al abrazarlos, muestra su amor inquebrantable e incondicional por quienes eligen seguirlo.
Ruego que cada uno de nosotros seamos como uno de estos preciosos niños: dispuestos y abiertos al amor incondicional del Señor por nosotros. Seamos conscientes de que el Señor quiso que todos estuviéramos unidos como una sola iglesia, llena tanto del amor como de la compasión que Jesús otorgó a cada uno de nosotros.
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