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La historia de la multiplicación de los panes y los peces por parte de Jesús es una de las primeras historias de la Biblia que muchos niños aprenden. Y en la superficie, parece una historia sencilla. Es una maravillosa lección sobre la importancia de compartir lo que tenemos, algo que es crucial enseñar a nuestros jóvenes. Pero, ¿qué hizo que este evento fuera tan notable que aparece en cada uno de los cuatro evangelios?
Prueben y vean la bondad del Señor.
Primero, creo que debemos notar la increíble paciencia y compasión de Jesús. Jesús buscaba soledad para poder orar después de enterarse de la noticia del encarcelamiento de Juan Bautista. Pero la gente estaba tan ansiosa por oír sus palabras que lo siguieron. ¡Muchos de nosotros estaríamos enojados o frustrados en esa situación! Pero él responde con amabilidad y pasa todo el día con ellos. Ni siquiera los envía a comprar comida, sino que les dice a sus discípulos que le proporcionen algo de comer a la multitud.
El Papa Francisco ha reflexionado sobre esta historia y ha señalado que la respuesta compasiva de Jesús muestra que sabe que esta multitud necesita sus enseñanzas. Dijo, “Él reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad sino por necesidad. Pero atención: la compasión—la que Jesús siente—no es simplemente sentir lástima; ¡es más! Significa sufrir con, es decir, empatizar con el sufrimiento del otro, hasta el punto de asumirlo uno mismo. Jesús es así: sufre con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros.”
[Cristo] reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad sino por necesidad.
– Papa Francisco
Este acto nos recuerda la institución de la Eucaristía en la Última Cena, cuando Jesús bendice el pan, luego lo parte y lo entrega a sus discípulos. Al hacer esto, Jesús se ofrece a sí mismo como alimento y demuestra cuán grande es su amor por nosotros.
Y en el gran acto de multiplicar la pequeña ofrenda de un joven, Jesús también nos enseña una lección importante: con Dios todo es posible. Pero para marcar la mayor diferencia, como cristianos, debemos ofrecer lo que tenemos. No podemos ser egoístas con nuestros dones, talentos y recursos.
A través de esta historia, también se nos recuerda que Dios nos llama a poner las necesidades de los demás en primer lugar. A veces estaremos cansados o sentiremos que no tenemos nada más que ofrecer. Y vivimos en un mundo donde se nos anima a pensar primero en nosotros mismos y a ayudar a los demás sólo cuando se satisfacen nuestras propias necesidades. Pero no fue así como vivió Jesús. Cuidó de quienes lo rodeaban y luego pudo tomarse el tiempo que necesitaba para sí mismo.
Al anteponer las necesidades de los demás a las nuestras, no solo estamos mostrando nuestro amor por nuestro prójimo, sino también el amor de Dios. Este Julio, recordemos esta importante lección y busquemos formas de anteponer a los demás a nosotros mismos. ¡No hay mejor manera de compartir el amor de Cristo con quienes nos rodean!
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